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La recièn bajada

Porno vs. Libertad

Por María Elena Alvarado
November 2007
En una sociedad donde todos consumimos, las relaciones humanas parecen dejar de lado los valores de fraternidad, y otros, para convertirnos en meras mercancías que se venden al mejor postor. ¿La libertad incluida?

Asociamos la palabra porno a la pornografía. Término saturado por la oferta de sexo mercadeado. Ciertamente el porno se ve en video, tv e internet y no sólo en revistas. Sin embargo la palabra porno define para mi todo aquello vuelto mercancía y cuyo origen está basado en un intercambio no monetario y no necesariamente recíproco. Las relaciones parentales exhibidas por los medios son pornográficas a mi entender. Son relaciones vaciadas de verdad, reducidas a actos como: “recuerdo a mi mamá todo el día porque usa este suavizante de ropa”, “mi papá me quiere porque opta por tal seguro de vida”, “mi hijo es un niño feliz porque usa un papel higiénico suave como él”.

La mediatización de las relaciones primarias (padres e hijos, de pareja, familiares, laborales) son el gran acueducto por donde estamos drenando las ultimas esperanzas para no sentirnos solos. Nuestras celebraciones y actos más íntimos son mediatizados por terceros. Nuestros gustos más primarios dependen de una fragancia patentada, de una imagen creada por una transnacional o un best seller que nos homogeniza y pontifica acerca de qué es la felicidad o cómo conseguirla.

Hace años un amigo estaba dudando si casarse o no. Sentía que casarse sería el recorte de su libertad, el aceptar un libreto que lo aburría de antemano. No tuve valor para contradecirlo. Su padre era militar y había hecho dinero de manera no legal, tenía una gran casa y una esposa infeliz pero con la posibilidad de comprar todo lo que quiera, lo cual le ayudaba a hacerse la ciega a las amantes que él paseaba por Lima.

Entendía perfectamente por qué esa idea de matrimonio no lo entusiasmase, la idea de un letargo alargado, de una muerte anunciada en vayas publicitarias, de un camino recorrido y gastado. Sólo atiné a decirle “¿Y si construyes una casa con 12 baños, sin dormitorios y sin cocina?, Sería muy divertido poder almorzar en la tina”. Mi amigo se rió en mi cara como primera reacción pero finalmente entendió de lo que hablábamos. O vivíamos el porno o vivíamos la libertad. O nos sometíamos a que mediaticen nuestros deseos o hacíamos la guerra al sistema.

Esa guerra no era boicoteando marcas o marchando en las calles, era una guerra personal, solitaria e introspectiva, para descifrar qué era lo que queríamos para ser felices. Eso nos ha costado a los dos muchas rúbricas y desprecios pero ambos hoy somos libres, inquietos y libres. Porque aquella paz porno a la que aspira este gobierno no existe, las verdaderas guerras son las interiores, no tienen paralelos, ni modelos y no existen fórmulas secretas para vencerlas, sólo ser conciente de qué queremos al margen de todos y todo.


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