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¡Vamos a la guerra! (pero vamos juntos)

May 2008
Estimado señor Bush:

Ayer recibí una carta del ARMY en la que me dicen que, a pedido suyo, el jefe máximo de las fuerzas armadas, me invitan a participar con patriotismo en la guerra contra Irak.

Le agradezco mucho la invitación pero, para empezar, yo todavía no puedo ejercer de patriota en su país porque el laxo y pasmoso Servicio de Inmigración todavía no se digna a otorgarme por lo menos la residencia, que me dijeron tomaría “unos ocho meses” y ya llevo cuatro años esperando con unas ansias más locas que gordita fea en luna de miel. 

Así como éste aún no es mi nuevo país y por lo tanto no se me deja participar en algunas cositas „Ÿcomo atención médica, licencia de conducir, libreta de ahorros en el banco y otras perlitas similares„Ÿ tampoco creo que debiera participar en guerra, lucha o pleito alguno. 

Le cuento que yo soy un tipo pacífico, que he venido a este país a trabajar y a luchar por mi familia. Por otro lado, bruto tampoco soy, pero aún no entiendo como para muchas cosas se me exige y demanda que tenga papeles, pero para ir a la guerra ahí si no importa en absoluto que me encuentre ilegal.

No, mi estimado, le agradezco de nuevo la cordial invitación pero por el momento estoy concentrado en trabajar sosegadamente por los míos. Precisamente esta semana estoy bien ocupadito en la factoría (no le menciono el nombre porque le repito que no soy tan necio), así que me disculpa, quizás el mes que viene, ahí me escribe otra cartita ¿no?

Tampoco es que sea malagradecido, y de verdad que si me agarra usted en un “güikénd” en que no tengo que ir a lavar mi ropa, vamos a la guerra, pero eso sí, vamos usted y yo juntos.

La historia nos da varios ejemplos de jefes y líderes que llevaron a sus pueblos a guerras sangrientas y de nunca acabar. Espartaco, William Wallace „Ÿ¿vio la película? „Ÿ, Benjamín Martin, Napoleón y hasta Atila, que con los hunos invadía a los “hotros”, fueron héroes en los ojos de sus seguidores porque ellos marchaban adelante y luchaban con sus huestes.

No mandaban ni “invitaban” a sus gentes a luchar mientras ellos se enteraban de cómo iba la guerrita desde alguna colina quinientas millas más atrás o por televisión (cuya función la cumplía en ese entonces un rústico telescopio). Ahí, en medio del campo de batalla, estaban estos grandes hombres, recibiendo cortes de espada, lesiones graves (sin HMO ni MVP) y viendo en vivo y en directo morir a sus hermanos o amigos más entrañables. Por eso sus soldados los admiraban y los seguían. Por su coraje, compañerismo y porque así sí se hace fácil creer y respaldar los ideales de un líder „Ÿideales buenos o malos, como en el caso de Atila, pero mejor no hablemos de propósitos oscuros cuando hay ropa tendida ¿verdad?.

Por lo tanto, mi estimado señor Bush, si me invita otra vez a la guerra y para ese siglo ya arreglaron mi asunto las tortugas hemipléjicas de Inmigración, yo con gusto lo acompaño „Ÿno se olvide de invitar a sus hermanos y algunos primos o sobrinos suyos„Ÿ a Irak, Irán, Afganistán, Michoacán o Disneylán, pero usted va adelante, granada en mano, y yo lo sigo un par de kilómetros más atrás. 

Si algo pasa, no se preocupe que para eso se han inventado los vicepresidentes. 



 

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