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Cuento

METAMORFOSIS DE LOS OJOS

Por Robinson David Martínez
November 2007
un tipo raro se acercó a mí en el trabajo. su piel era amarilla, casi anaranjada, el color de pulpa de mango maduro. su mirada era lejana, profunda. sentía que veía más allá de lo que miraba. eran tan penetrantes sus ojos, tan fijos, que me sentí un poco incómodo y entonces lo miré a la nariz: era puntuda y al exhalar, sus fosas nasales se expandían sutilmente.

al ver sus ojos negros de nuevo, tuve la sensación de que el tiempo se volvía más lento. Los sonidos se alejaban hasta que me inundaba un silencio espeso y misterioso--¿cómo es que puede existir el silencio en medio del ruido?

ocurrió algo insólito. ¡me habló con los ojos! no se si fueron palabras o sentimientos lo que me transmitió. era más bien como si hubiera interceptado sus pensamientos.


"vengo a hablarte sobre el día de tu muerte."


dios mío. me sudaban las manos. no podía respirar. mi corazón palpitaba. palpitaba. palpitaba. imagínate. estaba en el trabajo, justo en el proceso de calentar la leche para preparar un capuchino. había una fila de tres personas detrás de él, todas distraídas, hablando por celular.

respiraba como si me estuviera ahogando y en ese momento sentí la vida como un gran torno girando lentamente. la presencia de este hombre tenebroso hizo que el torno parara y comenzara a girar hacia atrás.

este hombre de piel color mango me miró. esta vez sus ojos brillaban tanto y eran tan absorbentes, tan serenos, que lo único que podía hacer era perderme en ellos. sus ojos oscuros comenzaron a cambiar de negro a color café, de café a miel y de miel a amarillo, como si sus pupilas fueran dos pequeños soles. esta metamorfosis de color fue tan enigmática que me dio risa. me reí y me reí, tanto que cerré los ojos mientras sentía el dolor en los abdominales. cuando los abrí de nuevo, todo era blanco alrededor mío. no había piso, ni techo, ni paredes. estaba casi flotando, pero al mismo tiempo me sentía firme y plantado aunque ligero y fantasmal.

miré hacia abajo y una pantalla lejana se acercaba. era un desierto. había una carretera grande y en el medio había casillas. cada carro que pasaba, paraba y había un intercambio de papeles. un policía caminaba alrededor de cada carro con un perro a su lado.

aunque veía esta escena desde arriba, sabía que yo estaba escondido en el baúl de ese carro. dios mío. hacía tiempos que no pensaba en esa memoria, el día que me colé a los estados unidos.


"¿por qué estoy viendo esto?"


apenas tuve este pensamiento vi otra escena debajo de mí.

era un salón grande y oscuro. estaba en el cine viendo un documental. veía cómo hombres, mujeres y niños de color bronce caminaban, corrían y se escondían en los arbustos del desierto, mientras hombres uniformados—algunos, de bronce también— peinaban la zona con binoculares visión nocturna. al ver esto sentí como si alguien me hubiera lanzado una piedra directamente al pecho. recordé las palabras de la tía anita dándome abrazos, diciéndome te quiero mucho, mijito y cuando puedas, visítame porque te quiero más que a mí misma.

sentado en ese cine oscuro se me salían las lágrimas. abrí la puerta y salí corriendo, derramando lagrimas embolsadas. corrí, imaginándome que corría de regreso a mi país que ya no era mío. luego todo se volvió blanco de nuevo, como si estuviera flotando en la mitad de una gran nube.


"no entiendo," pensé.


"no entiendes porque te la pasas inundado en tu pasado."


escuché este pensamiento adentro de mí, pero sabía que venía de otra persona.


"no seas tonto. olvida que hayas llegado aquí como un animal enjaulado. La felicidad se encuentra aquí o allá, con plata o sin plata."


me dio risa todo esto, no se por qué. me reí a carcajadas y entonces, de súbito, me encontré de nuevo en el café donde estaba este hombre misterioso. todavía me miraba y sus ojos en ese instante eran color miel y yo seguía riéndome. mi risa se volvió un eco cada vez más lejano.


"el día de tu muerte," escuché en mi mente.


estaba de nuevo en el abismo de luz blanca. miré hacia abajo y vi el desierto y la frontera. yo estaba sudando en el baúl del carro. tenía nueve años. temblaba. hacía mucho calor y todo estaba completamente oscuro a mi alrededor. no podía respirar. el pavor que sentía era espantoso. me desmayé.


"tienes que dejar el maldito hábito de aferrarte al pasado, a las cosas, a la gente. ¿es que no sabes? estás muerto, pendejo. ahora busca tu verdad y la risa en toda situación porque te queda muy poco."


me encontré de nuevo en el café, donde estaba acabando de reírme. sentí un dolor en mi pecho. me dio ganas de llorar. una piedra que había estado atorada en mí por años había desvanecido a mil partículas. me sentí simple, en un estado de paz, de silencio. sabía lo que me había pasado sin entenderlo completamente. el hombre de piel color mango me miraba. pagó por su café con un billete de cinco, me dio dos dólares de propina y me sonrió. sus dientes eran impecables.


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