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Recuerdos de...

Recuerdos del Mundial en Buenos Aires

December 2006

Estuve con mi novio, un guitarrista chiflado que tuvo que fumar un cigarrillo tras otro durante el entretiempo para superar el estrés de ver el partido ante Alemania. El cigarrillo se había terminado y la ceniza sobre su cuerpo se había caído con poca reverencia al suelo, cuando escuché la radio de un vendedor cercano—el único ser humano que se veía por todos lados, y quedó bien claro que el segundo tiempo ya había comenzado. No quedaba otra opción que ir corriendo al restaurante de la esquina de Corrientes y Paraná donde estábamos viendo el partido con una masa de argentinos. Elegimos este café porque quedaba a pocas cuadras del Obelisco, donde festejaríamos si hubiera ganado Argentina el partido. Estábamos yendo al restaurante cuando escuchamos un coro que sumaba todas las voces del país desde la Tierra del Fuego hasta las Cataratas de Iguazú, un grito unánime de triunfo—de victoria hasta siempre, como dios mismo había llegado, como la sinfonía novena de Beethoven contenido en una sola nota—¡goooooooooooooooooooooool! No me gusta escribirla, porque me parezco a un comentarista deportivo insoportable que se escucha por todos lados, a toda hora todos los domingos en Buenos Aires. Nunca me dejaban en paz aquellos comentaristas. Fue la única vez en los seis meses que estuve en Argentina que me gustó escuchar esa maldita palabra. Esta vez, era una palabra poderosa, llena de esperanza y agencia. La Argentina había marcado un gol ante Alemania, la anfitriona del mundial. Un gol es el único triunfo internacional que un país como Argentina, que está ahogándose en crisis, puede lograr ante un país como Alemania, un país que ya tenía todo sin haber marcado ni un gol, sin haber jugado ni un partido en el mundial. 

            Pero bueno. El restaurante adentro era una explosión de argentinos—un lío de brazos, torsos y ojos jocosos. No se veían el piso, ni las paredes, ni las ventanas, ni las calles vacías de seres, sino ahogándose en un ruido. Una canción nació en este festejo “y ya lo ve, y ya lo ve, él que no salta es… alemán”. Vi la ejecución perfecta del cabezazo marcado por el defensor Roberto Ayala, “el submarino” de un corner por Riquelme a los 49 minutos—el gol se revivió unas veces más en la pantalla antes de seguir con el partido.

            Quiero que esto sea mi recuerdo del partido ese. Me gustaría que hubiera terminado como una victoria argentina, me gustaría que Buenos Aires entero hubiera festejado al Obelisco y hasta el cielo. Quería ver un fenómeno. Cuando Argentina ganó el partido dramático ante México con el mejor gol del Mundial según la encuesta de la FIFA, hubo una marcha espontánea desde el norte de Buenos Aires por la Avenida Santa Fe y por la Calle Corrientes hasta la Avenida 9 de Julio. Después del partido subí al colectivo 152 que va por otra calle antes de tomar Santa Fe. Cuando dobló en Santa Fe, vi un río impenetrable de humanidad tres cuadras por atrás, yendo en la dirección del Obelisco. Y por delante había un río impenetrable de autos y se escuchaban bocinas infiltrando la noche, con argentinos colgándose precariamente de las ventanas. Mi novio me dijo “¡imagináte si esto fuera una victoria ante Alemania!” Él tenía seis años cuando Argentina ganó el mundial en 1986. Su abuela se emborrachó y lo llevó al Obelisco para festejar, así que él entiende bien cómo enloquece su país por el fútbol. Lo que vi el 24 de junio era un circo—había gente trepando semáforos y la fachada de Mc’Donalds. Un pibe se había subido al toldo de Mc’Donalds y se quedó parado encima de la D y resultó que Mc’Donalds casi se convirtió en Mc’Donals, pero por suerte el pibe bajó y la D quedó colgada como ebria, apoyada por la N y la S.

            Me imagino que si el partido ese ante Alemania hubiera tenido otro final, otra historia (si el arquero Abandonzierri no se hubiera lesionado por el choque con Klinsmann diez minutos antes de terminarse el partido, si hubiera jugado Messi, si hubiera habido otro arbitro que no fuera tan parcial a favor de los alemanes) yo hubiera visto otro festejo, el mundial habría terminado de otra manera. Me imagino que en vez de ver la hinchada argentina trepando semáforos, se vería subiendo hasta la punta del obelisco, tocando el cielo albiceleste.      





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