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Cuento

 Tierra de Ceniza, parte 1

Un salvaje por el bosque

Por Felipe Escudero Gómez
November 2022
Si alguna vez me preguntaran cuánto me tomó escribir esta historia, diría que casi cuatro semanas. Pero si me preguntaran cuánto tiempo me costó aprender a contar una historia, a poner las palabras en su debido lugar, a poner las comas y los puntos donde son necesarios, diría que treinta años. Y si me preguntaran a quién va dedicada, diría que a los hombros de mi padre y mi hermano, quienes juntos me alzaron, me sostuvieron firme para que en los momentos más oscuros de la vida no perdiera el rumbo.    
 
Feliz cumpleaños Manis, este es un lindo momento para recordarte una vez más que los regalos más bellos son los que se fabrican con las propias manos. 

Esta podría ser la historia de un encuentro fortuito en un bar de New York o podría ser la continuación de otra historia más antigua que comenzó casi 30 años atrás cuando leyó El sonido de la Furia. A pesar de la corta conciencia de sus siete años y de saber que no entendía nada de lo que pasaba con el declive de la otrora aristocrática familia Compson, fue el estilo de la escritura lo que lo hechizó. El matiz de aquellas palabras hizo que sintiera un bálsamo que nunca había experimentado.

Después de ese primer libro vinieron miles de libros y una vida atrevida en donde la letra y la soledad se hicieron una obsesión que nunca dejaría de cultivar. 

Chris Cohen estaba sentado al costado derecho de la barra El Gato Gris y ya llevaba un rato rumiando su trago y recordando a su padre, Paul Cohen. Chris intentaba poner al derecho lo que hasta el momento le quedaba de sentido a la historia de su progenitor. A las once de la noche la música en el bar naufragaba en un ritmo cándido entre velas. 

Paul Cohen tenía 52 años la noche que atropelló a Chloe Jones en la calle Williamsburg con Séptima. Toda la comunidad sabía que lo de Chloe, fue un trágico accidente y lo de Paul, fue sin lugar a dudas la grieta de la supremacía blanca. Lo que sucedió luego fue el estallido general. En el verano de Williamsburg de 1996, el rabino Moshe de la Sinagoga de Crown Heights sería quién le contaría luego quién fue su verdadero padre. 

Chris apreciaba con especial cariño los fines de semana de los meses de primavera y verano, por estas fechas el parque de Williamsburg se llenaba de sonidos retumbantes, olores insólitos, colores orgánicos y sabores a principio. Desde la primavera de 1976 el parque se había convertido en un crisol de descendientes de Costa de Marfil, Ghana, Togo y Burkina Faso, junto a las familias Judías Jasídicas Ortodoxas. En cada esquina de Brooklyn los tambores africanos sellaban el paisaje de las calles empolvadas, como también lo hacían las pelucas, sombreros y tirabuzones negros de los jasidicos. 

A dos cuadras de la parte oeste de la calle séptima, cinco mujeres judías con sus faldas oscuras, que terminaban en sus tobillos, empujaban sus coches fatigadas  sobre adoquines. Desde otra época, sus maridos, con sus kipas negras, sostenían bolsas plásticas llenas de comestibles y con la mano que les quedaba libre, aceleraban una pequeña fila de niños y niñas de entre cinco y seis años.  

La lectura del Talmud era la herencia dejada por los ancestros de Paul, así, siguiendo su tradición y como lo había sido para la mayoría de los judíos ortodoxos, debía dedicarse a la interpretación de las sagradas escrituras. Para Chris la lectura constante del Talmud no era en realidad tan importante como lo hacía pensar su padre. Probablemente la noche del 19 de julio de 1996 el clima se llevaba articulando con un cielo enrojecido que había dado paso a una noche oscura.

Aproximadamente a eso de las once de la noche, aún pegado a la ventana de su habitación, el retumbar de los tambores lo hizo vibrar, le dio la valentía para dejar su kipa, huír de su casa por la ventana trasera del patio, cruzar la calle hasta el parque de Williamsburg, reunirse con la amabilidad de los locales (la  mayoría afroamericanos) y aprender a tocar el yembé. Mientras atravesaba la calle séptima en ningún momento pensó en el peligro que podía encontrar en el parque, hasta ahora todo había salido bien y esperaba que así continuara. Corría acelerando el paso porque ya había visto a Baah desde la distancia. 

De ese primer día, Chris recordaba el silencio de la noche y el sonido de sus pasos pegados a su cuello. Desde que había visto la fogata dentro del círculo iluminado sintió la tranquilidad que siente el que es invitado a una ceremonia milenaria. En el mismo lugar e instante, una desatención acusadora lo machacó, recordándole que era un niño judío blanco. 

[CONTINUARÁ...]


 

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