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Marginalia

Helsinki

Por VĂ­ctor Granado
December 2011
Eran las 7 de la tarde y todo estaba oscuro. Un coche paró junto a mí y un tipo aparentemente normal me dijo: “Perdona, ¿sabes dónde está Helsinki?”.

Me sorprendí tanto que no supe qué decirle. No parecía borracho ni loco y el hombre seguía mirándome al otro lado de la ventanilla del coche esperando una respuesta pero yo sólo podía pensar: ¿Helsinki?, ¿la capital de Finlandia?, ¿Europa?, ¿en coche?, ¿pretende llegar conduciendo? Así que como pude le respondí:  

─Umm, está muy lejos.

─¡Ah! ¿Eres nuevo aquí verdad? ─ me dice─ No te preocupes, gracias.

Y sin más se fue. Me quedé dándole vueltas y seguí mi camino hacia la librería de Hudson. Debía haber una explicación racional al misterio. Recordé que en el estado de Nueva York y los estados vecinos hay muchos pueblos y pequeñas ciudades con nombres de antiguas ciudades europeas.  

Sin ir más lejos, justo enfrente de Hudson, en la otra orilla del río, un pueblo con cuatro calles se hace llamar Atenas. Hamburgo, Berlín, Roma, Cairo o Ítaca son algunos lugares cercanos que llevan el nombre de otros muy lejanos y antiguos. Supongo que una vez que alguien deja su hogar atrás y se marcha a otro sitio la vida allí es más fácil si ese lugar lleva el mismo nombre del que se ha dejado atrás. Por eso pensé que quizás el desconocido me preguntaba por algún pueblo cercano llamado Helsinki.

Pregunté a alguien por Helsinki y resultó ser un edificio de ladrillo que tiempo atrás fue una fábrica y hoy es un club y un restaurante. Después de todo parece que no hace tanto frío en Helsinki. O quizás sí, depende de en cuál de los dos lugares estemos pensando.

¿Para qué un recuerdo congelado en el tiempo?

A veces salir de un lugar supone cargar con él a cuestas, llevarlo a todas partes, intentar recordarlo todo el tiempo. Aunque no cargamos con ese lugar exactamente sino con una imagen de él. La imagen que la nostalgia y la distancia fija en nosotros, una imagen congelada en el tiempo de ese lugar, cargada con todo lo bueno y cada vez más despojada de las cosas malas que también había allí.

Supongo que algo de esto debe influir en las personas al nombrar los nuevos lugares de su vida. Del mismo modo que el nuevo nieto lleva el nombre del abuelo fallecido, supongo que muchos de los europeos que llegaron a este lugar quisieron poner el nombre de otros lugares pasados a estas ciudades. O por el mismo motivo nuevos restaurantes, cafeterías, tiendas nos dejan ver en sus nombres algo parecido al árbol genealógico de su pasado.

Pero esa imagen del pasado que cargamos a nuestras espaldas, que comienza siendo un tesoro, poco a poco acaba convirtiéndose en plomo. Un lastre que pesa sobre nosotros, que nos impide vivir con libertad en ese nuevo lugar e incluso ser justos con el lugar del cual salimos. Atesorar demasiado esa imagen congelada en el tiempo es otro de los hechos que acaba por dejarnos «Fuera de lugar».

Nosotros, igual que esa imagen tan querida, estamos hechos de tiempo. Cuando detenemos el tiempo en el recuerdo al recuerdo le pasa lo que a las mariposas hermosas, que queda prendido en nosotros con un alfiler, disecado. Por eso si algún día intentamos el camino de regreso veremos cómo esa imagen que hemos guardado con tanto esmero no existe. Que el tiempo también ha pasado por ese lugar que dejamos y el recuerdo que nos impidió vivir libres en el nuevo lugar al que llegamos nos hiere como un alfiler al regresar al lugar del que salimos. Quizás, sin olvidar nada y sin perder el afecto, sería mejor no intentar parar el tiempo y seguir adelante.


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