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Vida Saludable

¿Tal para cual?

Por Genaro Marín
May 2010

El carro de la policía llegó sonando la sirena, las gentes comenzaron a asomar la cabeza por las ventanas y rápidamente cerraban las cortinas y apagaban los bombillos para mantener el anonimato. Dos agentes entraron al edificio a tocar en la puerta número ocho. Pronto llegó un segundo vehículo y los agentes se quedaron en vanguardia. Después de tres toques y la voz comandando, “¡Policía, abra la puerta!” el hombre pregunto detrás de puerta cerrada, “¿Quién es?” aunque él bien había escuchado las sirenas y la conmoción de los vecinos.   Ya le había pasado antes en otras vecindades y con otras mujeres.

La luz apagada y puerta a cerrojo hizo que los policías tomaran pistola en mano. A la orden de prender la luz, se rebeló una escena patética: la cama revolcada, el espejo en pedazos por el piso de madera, muebles desbaratados, y la tierra de una planta regada por todas partes.  

 El agente mostró su placa de identificación y bajó la pistola sin soltarla. ¿Cómo se llama? Juan. ¿Apellido? Alfonso. ¿Juan Alfonso? Sí señor. ¿Tiene otros nombres? No. ¿Y su mujer, dónde esta? En el baño. ¿Cómo se llama? Petra. ¿Apellido? No lo sé, sólo se llama así. El agente prosiguió con voz resuelta y con poder, ¡Doña Petra, venga aquí por favor! Ella salió cabizbaja y se sentó al borde la cama y mirando al piso. 

¿Qué pasó aquí, don Juan?

 “No mucho, nada serio, sólo una pequeña discusión casera, ¿verdad Petra?” Ella no contestó.

“Esto parece más que una pequeña discusión, Juan ¿qué fue lo que paso?” Ella levantó la cabeza pero no logró decir una palabra sino que soltó un llanto mientras Juan se apresuro a decir, “No es nada, ella es así, muy dramática”. 

Un agente entrevistó a Juan, el otro a Petra y otros policías se mantuvieron cerca. Al rato sacaron a Juan, manos atrás ajustadas a las esposas que le mordían la carne de las muñecas. Una mujer policía bilingüe se encargó de calmar un poco a Petra que ahora estaba arrepentida de haberse quejado; seguía defendiendo a Juan y aun pensaba que después que él se calmara las cosas volverían a ponerse bien. La mujer policía le dijo claramente y de mujer a mujer, “Usted está soñando, ¡despierte! Esta no es la primera vez que le pega, ¿no es cierto?” Ella asintió. “Lo peor es que esta no es la última vez, él la va a seguir aporreando, porque usted se deja….tal vez hasta le gusta que la maltrate como a un animal”. Desesperada y como si se hubiera olvidado del tremendo zafarrancho Petra dijo casi gritando, “¿Y qué voy a hacer yo sola y con tanto gasto, sin trabajo, sin comida, sin nada?”. “Petra, y cómo vivió usted meses atrás cuando no conocía a Juan? No me tiene que contestar, me lo imagino, pero sobrevivió, ¿no es cierto? Atrévase a pensar que usted puede vivir sin que la atropellen de esta manera. Piénselo. La ambulancia la llevará al hospital porque usted se ve mal”.

Una vecina estuvo pendiente hasta cuando vio regresar a Petra temprano el día siguiente. La vecina le trajo café con un pan y más que todo vino a verla y consolarla. Lloraron las dos. Petra escuchó de nuevo el mensaje que Juan le había marcado desde la cárcel pidiéndole que lo sacara. Por compasión, la vecina le ayudó a juntar el dinero para la fianza.

Empezar de nuevo era como recoger cenizas antes de que venga la próxima erupción. Ella lo presentía pero decidió retirar los cargos contra Juan. El juez soltó a Juan condicionalmente a que se sometiera a quince sesiones de terapia en violencia doméstica. Ya él sabía lo que era eso pues varios de sus amigos habían sido arrestados por golpear a las mujeres y a los hijos. Algunos le habían explicado que todo es una farsa y una payasada en donde te mandan a centros a hablar con personas que viven en las nubes pues no conocen lo crudo de la vida y ni siquiera hablan un español que se entienda. Pero te amenazan que si faltas a una sesión tienes que pagar aunque estés ausente y te reportan al juez y hasta te meten en la cárcel por más tiempo. Cualquier vivo se sale riendo y no cambia para nada. Es mejor buscarse a otra mujer que no reporte.

Sin embargo, esa solución le pareció chocante a Juan porque le revivió una escena terrible en la cual su propio padre le dio una furiosa golpiza a su madre que la dejó en un coma del cual nunca revivió. Él tenía siete años cuando la tragedia sucedió y la había olvidado por completo hasta este momento en que todo se le brotó en el cerebro como un video tape. Se puso a llorar amargamente y de pronto comprendió que estaba caminando en las botas de su padre. Tal vez este porrazo de la vida era un rayo de luz. 

 * Genaro Marín es Director y Pastor del Ministerio Latino Presbiteriano, Greenville, SC

  


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