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¿Verde o Gris?

El Futuro del transporte en dos gigantes: Nueva York y Santiago de Chile

Por Jonathan Raye
February 2010
Imagínese esta situación: un hombre camina hacia usted en la calle, su cabeza gira hacia la suya, sus pasos dudan, entonces se le acerca rápidamente. No sabe si debe enfrentarlo, seguir, o correr. Entonces, saliendo de una manga holgada, le extiende una mano. Está a punto de huir cuando oye una voz familiar. “Hola, amiga, ¿que tal?” Ya reconoce, pese a la máscara de oxígeno cubriéndole la cara, la voz de su mejor amigo. 

Aunque ese sea un escenario ficticio, representa un futuro bien posible. Máscaras filtrantes ya han sido distribuidas por varias ciudades en todo el mundo para proteger a su gente de los efectos dañinos de la contaminación ambiental. La distribución no tiene que ser una medida aterrorizante sino una medida inteligente. La contaminación atmosférica causa una gama de problemas caros a la salud como bronquitis, asma y cáncer de pulmón.

 El transporte público juega un papel clave en la contaminación atmosférica. Es un papel que presta a confusiones, sin embargo. Por un lado, autobuses, tranvías y metros públicos contribuyen un porcentaje grande a las emisiones de calentamiento netas de un país. Por otro, previenen cantidades de emisiones aun más grandes que las propias. ¿Cómo puede ser? 

 Bueno, primeramente, ciudades como Nueva York y Santiago de Chile cuentan con varios miles de buses y metros, que funcionan las 24 horas del día. Los buses suelen usar motores antiguos y sucios, y los metros requieren suministros enormes de electricidad (sólo piense en el poder necesario para acelerar un vehículo que lleva 40.000 veces la masa de un coche, cientos de veces al día). Pero sin embargo, si no existiese un sistema público de transporte, el número de coches en las calles, y con ellas el índice de contaminación, explotaría rápidamente. Las emisiones netas se amplificarían, probablemente más que duplicando sus valores anteriores. 

 Es decir, podemos dar gracias que la ciudad de Nueva York tiene un sistema de transporte público bien establecido. Se lo necesita, porque la calidad del aire allá está entre las peores del país. Los neoyorquinos corren el riesgo más grande en los Estados Unidos de padecer cáncer de pulmón. Niveles del compuesto peligroso ozono son muy elevados, y ciertos barrios de la ciudad tienen tazas altísimas de asma.  

 El MTA (Metropolitan Transportation Authority), la agencia encargada del metro y los buses del Gran Nueva York, sabe del futuro que su ciudad enfrenta si no toman medidas drásticas para frenar el alza de la contaminación atmosférica. Para tal fin, ha inaugurado varias iniciativas para disminuir sus emisiones. Entre ellas se cuenta el reemplazo de las bombillas incandescentes con bombillas LED, que son más eficientes y funcionan dos veces más tiempo. Instaló paneles solares en varias estaciones. Ha armado la flota más grande de buses híbridos del mundo. No obstante, el MTA es una agencia de de grandes proporciones y gran burocracia, y por consiguiente el cambio viene despacio o simplemente no viene. Y con un déficit de 1,2 millones de dólares, sólo nos queda esperar. 

Lo que pasa al Sur

En comparación, veamos el sistema de transporte de Santiago de Chile, una ciudad con cinco millones de habitantes. Es una ciudad reluciente, con nuevas torres brillantes, avenidas bordeadas de árboles y flores, museos y palacios. Pero al mismo tiempo Santiago tiene cosas menos relucientes. Columnas de humo siguen a buses y camiones. Al subir un cerro de unos cientos metros de altura ubicado en el centro de la ciudad, se la ve desparecer casi por completo. Una sábana gruesa de smog la cubra, un rasgo permanente que hace de Santiago el segundo lugar más contaminado de Latinoamérica.

 La situación en Santiago puede parecer a veces apocalíptica. El gobierno monitoriza sin fin los niveles de contaminantes atmosféricos, y cuando sobrepasan cierto punto, declara Día de Emergencia. Con una advertencia recomienda que no se salga de los edificios. Prohíbe a los ciudadanos con ciertos dígitos en su placa de coche que conduzcan ese día y exige que nadie caliente su hogar con leña. Exige también que muchas empresas cierren. La ciudad para y espera un tiempo hasta que el aire no sea tan dañino de respirar.   

 Transantiago, la agencia encargada de regular las compañías metropolitanas de buses, tiene bien presente la extremidad de la situación y los pasos necesarios para reformarla. Han entrado en vigor regulaciones estrictas acerca de las emisiones de sus buses. Cada año, cada vehículo tiene que aprobar una revisión técnica para poder seguir circulando. Sacó miles de buses viejos de las calles y ha alentado la compra de miles nuevos, incluyendo una orden en noviembre de casi 400. Transantiago constantemente perfecciona los recorridos para que tengan mejor eficiencia, y aumentó la frecuencia de buses circulando en horario no punta para mejorar su accesibilidad. Además supervisa la ejecución de una reducción del 75% en material particulado, ordenada por el gobierno. 

 De verdad, la batalla contra el alza de las emisiones es difícil, pero es una que tenemos que ganar. Si no lo hacemos, estaremos todos vestidos de máscaras filtrantes. Tal vez no estén a la moda, pero escuché que Amazon.com estrenó dos modelos nuevos hace poco. 





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