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De mi boca a tu oreja

Por Valeria Sorín
August 2012
Una de las cosas que nos cuesta entender a los latinoamericanos que viajamos a Estados Unidos (ya sea que nos quedemos o no) es la distancia a la que debemos pararnos y el tono de voz en el que debemos hablar. Según nuestra educación y costumbre, la distancia media a la que mantenemos una conversación con alguien que conocemos un poco es de 50 centímetros.
Los estadounidenses, así como otros sajones, entienden que se debe mantener un mínimo de un metro entre una persona y otra que mantienen una conversación. Lo mismo ocurre con los japoneses.

Los susurradores (les saufleurs) son unos tubos de cartón, que se pintan y decoran a gusto del susurrador. Miden al menos un metro. Así que a nadie molestan por la falta de cortesía. El susurrador pone su boca en un extremo del tubo. En el otro, quien recibirá el susurro apoya su oreja. Muy suavecito se dicen las palabras: generalmente poesía, pero pueden ser canciones, frases sueltas, cuentos brevísimos. La experiencia es de cercanía y lejanía al mismo tiempo. El susurro es algo íntimo, que se puede sentir como una cosquilla en el cuerpo, como si a uno le endulzaran las orejas. Es un breve momento de éxtasis, aunque a uno le canten el arrorró.

El movimiento internacional de susurradores tuvo su origen en Francia, pero actualmente se ha expandido por todo el globo.

El escritor argentino Roberto Fontanarrosa decía que todo lo que hacen los hombres es para “levantarse minas” (conseguir mujeres). Ya con los pies metidos en el siglo XXI, permítanme ampliar un poco este concepto: todo lo que hacemos es para entrar en contacto con los otros. Los susurradores pueden ser una experiencia interesante para que una platea se ponga en clima antes de iniciar una obra de teatro. También es un recurso que se usa para promover la hora de la lectura en las escuelas, pero no deje de usarlo en reuniones con amigos, en cenas familiares, y hasta con su pareja.

Bienvenido el susurro


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