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Recuerdos de...

Ecuador, y la música callejera de Javier Espinosa

Por Michael Naideau
May 2012
Para experimentar verdaderamente el centro histórico de Quito, hay que usar todos los sentidos. En la madrugada el aire es pesado y se llena del humo que despiden los autobuses, los ladridos de perros callejeros, las alarmas de coches y el olor a pan fresco describen la ciudad. El sol ya está fuerte, algunas nubes oscuras se ciernen detrás del perfil dramático de la Iglesia gótica de La Basílica a la entrada del centro histórico. Camiones llenos de fruta fresca navegan por las calles empinadas de piedra mientras que los dueños abren las puertas de sus tiendas y jóvenes lustran los zapatos de transeúntes en las plazas. El centro está vivo y se puede sentir la historia en el aire.

En el corazón del centro un paisaje enriquecido de sonidos se desarrolla, música de bachata que provienen de las radios de coches y “Sanjuanitos” en las tiendas de música, proporcionan el fondo para la versión de “Rudolph the Red-Nosed Reindeer” que toca el trolebús, también se escucha la liturgia de predicadores con megáfonos en las escaleras de la Plaza Grande. Es una experiencia densa con texturas, en cada esquina hay billetes de lotería y vendedores ambulantes, jugo y fruta fresca.

En las calles alrededor de La Compañía, el tono de la atmosfera cambia y se vuelve más personal. El aire en esta parte de la ciudad es místico: la música en la calle, la presencia de iglesias gigantes de piedra y las aceras atestadas de gente.

Cada día en estas mismas calles, otros músicos con sus instrumentos caminan de restaurante en restaurante, porque no tienen permiso para tocar en las plazas o en las calles y así encuentran sus audiencias en otros lugares del espacio público.

Galo Javier Bernardo Espinosa es un músico de Ibarra que ha tocado y vivido en el centro histórico de Quito por 12 años. Con su tambor y las colaboraciones de la población en varios restaurantes, salones y parques, mantiene a sus tres hijos.

La libertad

Javier Espinosa se despierta con el sol, mira las nubes y predice cuándo va a llover. Si hay un ‘sol de aguas’, espera un ratito que la gente salga a sus quehaceres y tiempla su tambor. “He trabajado en carpintería por dos años,” cuenta, “pero salí porque me gusta más la música”.

Cada día comienza en la Plaza Grande, sentado al sol. Esto en sí es un espectáculo para todos los sentidos. Los turistas con sus mochilas enormes, cámaras digitales y guías de América del Sur admiran la arquitectura del monumento a la independencia de Quito, los empleados de “Yogoso” con sus trajes de neón anuncian sus helados de todos los sabores con los frutos del país y un mimo con una cara blanca imita a los caminantes inocentes que circulan, Javier se retira y pasea por la iglesia de San Francisco y La Compañía, y toca en algunos restaurantes y cevicherías.

Después toma el autobús de La Marín y Amazonas, trayecto de 10 minutos al norte, y toca mientras hace su camino de regreso a la Plaza Grande, la iglesia de San Francisco y eventualmente su cuarto. Al mediodía descansa por una hora y almuerza. A las 4, sale de nuevo, recorriendo un camino similar, tocando para una nueva multitud de clientes. Espinosa comienza sus días con la asunción de que estos espacios sociales estarán abiertos y colaborarán de manera abierta.

Aunque la mayoría de su familia cercana vive en Ambato, Espinosa comparte con su prima Fanny en el centro de Quito. Juntos, bailan mientras desayunan, iniciando el día con buen pie, con una energía positiva y una melodía. Las raíces de su familia vienen de Ibarra, una ciudad en la región andina al norte del país, y de Carpuela, que queda en el norte de Ibarra. “Hay diferentes músicas de los afros,” dice Espinosa, “por ejemplo, en la costa es más la marimba y en la sierra es la bomba”. Sus tíos y primos tocan bombas juntos en una banda que se llama “Oro Negro”, con quienes Espinosa consigue su amor por la música. “El ritmo está en la sangre”, y esto es obvio, siempre tiene su tambor al hombro y toca al caminar por la calle, cantando con su prima casi cada palabra de cada canción que se escucha en la radio.

Sin muchas obligaciones en el centro de Quito, Espinosa puede viajar mucho, tocando por unos meses a la vez en diferentes lugares como Ibarra, Cuenca y Guayaquil.

Colaboraciones y respeto

 “Cada músico y vendedor tiene que ir al municipio para sacar permiso y recibir una tarjeta para poder tocar en cualquier plaza, de lo contrario, está prohibido,” explica Espinoza, “si están trabajando en las calles o las plazas sin permiso, los municipales les quitan las cosas y les botan.” Por eso, Espinosa se ve obligado a aprovechar otras redes en la ciudad y ha creado su propio nicho dentro del contexto de Quito. En la Plaza Grande, el sol es el primer actor de colaboración del día. Por vivir en Quito por muchos años, Espinosa ha formado relaciones con dueños y administradores de algunos restaurantes que le dan la oportunidad de compartir sus espacios y tocar para sus clientes mientras almuerzan.

Estas relaciones están formadas “con amistad y la sinceridad,” explicó Espinosa, “pero más que todo respeto, respeto mutuo entre todos los artistas y con los dueños de los restaurantes, respeto y educación”.

En otras ciudades, como Ambato y Cuenca, Espinosa ha notado que no hay músicos callejeros que hacen este tipo de trabajo. Por ejemplo, “en Ambato no hay otros que cantan – sólo yo. La gente en Ambato colabora más que en Quito, especialmente los domingos”. Pero en Quito hay muchos músicos y aunque esto significa más competencia, también indica que hay más aceptación y un entorno más interactivo. “Me gusta Quito más,” dice Espinosa, “porque es más grande, hay más gente y más salones”. Hay más oportunidad para trabajar.

Una red alternativa existe en el parque el Ejido. Los martes, jueves y viernes por la mañana, grandes multitudes se reúnen alrededor de las salas en la hierba en un ambiente alegre y genuino, para ver las actuaciones de los grupos teatrales satíricos que reflexionan sobre temas relevantes como la política y la juventud del Ecuador. Al igual que el fútbol, el trolebús y la religión, esta expresión artística también parece ser un aspecto unificador de la cultura ecuatoriana.

Tal vez la figura más prominente aquí es Carlos Michelena, quien hace este tipo de teatro al aire libre en el parque el Ejido por 20 años – prepara sus propios textos, elabora sus máscaras y su vestuario –entiende y valora el acto de colaboración creativa. Michelena y Espinosa han formado una relación basada en el respeto mutuo en la que colaboran juntos como artistas y como personas. “Primero salí al parque para verlo” recuerda Espinosa “y hace 4 o 5 años hablamos y empezamos a colaborar”.

Sobrevivir

En una realidad tan imprevisible, inevitablemente hay muchos desafíos cotidianos y reales. Para Espinosa, estos son ante todo los conflictos con los municipales, “no hay comprensión con los trabajadores de la calle, tanto con el artista como los vendedores – los municipales son muy agresivos y muy autoritarios”. Tres veces Espinosa tuvo problemas bastante graves con los municipales del centro y fue víctima del gas pimienta teniendo que salir corriendo con sus instrumentos.

Pregunté a una policía municipal en la Plaza Grande sobre la relación entre trabajadores de la calle y el municipio. “Este tipo de informalidad siempre ha existido,” explicó, “y los municipales les dan a los músicos la oportunidad de recibir permiso para tocar los fines de semana – como arte – pero durante la semana es muy difícil. Ahora las ordenanzas municipales están más centradas en el control del espacio público, siempre con el fin de evitar la delincuencia,” explica.

 Sin embargo, para muchos trabajadores de la calle esta limitación es la fuente de mucha lucha. Aunque muchas personas dependen de esta economía informal, cumpliendo un servicio social gratuito; las autoridades ven esta realidad como una interrupción social – un producto de un bajo nivel de educación o costumbre familiar –en lugar de una cuestión que deba abordarse de manera directa.

Mientras entrevisto al policía municipal se forma una gran multitud en la Plaza Grande en donde hay vendedores ilegales vendiendo comidas, caramelos y chicles. “No hay un gran problema con los músicos del centro,” observa, “el problema es con los vendedores. Pero cuando ya hay mucha gente no podemos hacer mucho”. En esta vida precaria hay días en que los músicos y los vendedores no pueden trabajar. 

Con la falta de una seguridad económica real, Espinosa se despierta cada día y vuelve a empezar. “La religión,” explica, a diferencia de las canciones que canta, “casi no tiene papel en mi vida. Lo único que pido siempre a dios es que me vaya bien todos los días”. A pesar de las dificultades, Espinosa trabaja cada día con una mentalidad positiva y una fuerza motivadora: sus tres hijos. “La familia y mis hijos son lo más importante para mí,” dice con sinceridad, “…tener a mis hijos a mi lado es lo que me llena de felicidad”.


* Texto adaptado de una versión publicada originalmente en Puro Cuento, publicación del Departamento de Estudios Hispánicos de Vassar College. Colección dirigida por el profesor Mihai Grünfeld. 




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