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Su Dinero

El arte de ganar dinero

Consejos prácticos. Parte 1

Por Phineas-Taylor Barnum
August 2010
Para empezar: no conviene humillarse ante el dinero. Esto no quiere decir que se le trate con desprecio. Algunas gentes lo ensalzan, otras lo calumnian. Hagámosle justicia: el dinero es como la lengua del fabulista Esopo: lo mejor del mundo y lo peor del mundo, todo depende del empleo que se le de. Por lo que á mí toca, el dinero me ha producido más bienes que males. Contra el dinero sólo predican media docena de moralistas ─muy ricos. El resto de los hombres, no pudiendo vivir sin dinero, tratan de procurárselo por todos los medios. Lo más seguro es ganarlo.

La verdadera fórmula para hacer dinero en estos días de democracia, la sola que da resultado infalible es ésta: comprar y vender. Claro es que «vender y comprar» se aplica a muchas cosas distintas de los géneros de comercio. Por ejemplo, el pintor comercia con su pincel; el escultor con sus cinceles; el cantante ó el abogado con su voz; el poeta, el escritor, y el periodista, con sus poemas, sus novelas, y sus artículos; el compositor con sus corcheas; el médico ¡ay! con sus recetas; el inventor con sus planos y sus fórmulas, etc. Todos ellos, antes profanos en la ciencia de comprar y vender, son hoy consumados profesores; todos consiguen ganancias, a veces mayores que las que logra el tendero tras del mostrador o el negociante tras de su taquilla.

Aquí en la libre América, existen, es verdad, ciertos declamadores de oficio, ciertos infelices hepáticos, que se pasan la vida asegurando que los tiempos son difíciles, que todo el mundo se muere de hambre, porque todo el mundo tiene algo que comprar y vender. Barnum no es un declamador, ni un escéptico, ni un sobrio, lo que no impide que tenga ideas propias, y sepa dónde les aprieta el zapato a los autores de tales recriminaciones. Yo tengo esta opinión: la mayor parte de esos eruditos y de esos Jeremías desheredados de la fortuna, deben la pobreza a su menosprecio por las reglas esenciales del Arte de ganar dinero; del Arte de vender y comprar.

Existen, pues, reglas, y, para que nadie pueda alegar ignorancia, voy a citar algunas. Me apresuro a declarar que no las he inventado, y que no soy el único que las conoce. Ya sea instintivamente, o ya por medio de la reflexión, la generalidad de los individuos que han prosperado en los negocios las observaron con toda exactitud. He ahí por qué las recomiendo a la meditación de los jóvenes.

Economía

Convéngase en que no hay país civilizado donde, a menos que existan circunstancias adversas especiales, un individuo de buena voluntad y sano, se muera de hambre por no encontrar trabajo a cambio de remuneración. En seguida tenemos planteado el problema; ganar es bueno, y economizar aún mejor. La gran dificultad consiste en saber dar aplicación conveniente al dinero que se gana. Todo el secreto consiste en gastar menos de lo que ingresa.

Dice Dickens que con 25 libras de renta se puede llegar a pobre si se gasta 25 libras y 6 peniques, y ser, en cambio, rico, gastando 24 libras y 10 chelines. Pero no todo el mundo comprende fácilmente lo que es la economía. Uno dice: «Gano una cantidad X al año; mi vecino gana lo mismo que yo; él ahorra, yo no consigo ver reunidos cinco céntimos. ¡En qué consiste esto! Porque yo sé tanto como él en cuestiones de economía…» Y he ahí que ese señor, creyendo haber resuelto el problema, se dedica á coleccionar cabos de vela y cortezas de queso, y a disminuir el gasto de la lavandera.

Pues bien, la economía no es eso, como no lo es tampoco reducir el alimento para mejorar la indumentaria; quitarse el vicio de fumar o el de ir en tranvía, para no tener que privarse del café. Conozco algunas personas muy económicas (según ellas creen) que escriben en papel de envolver, y que, sin embargo, pierden lastimosamente el tiempo en hacer instantáneas, o que efectúan todas sus visitas en carruaje. Eso no es economizar, evidentemente.

La verdadera economía consiste en conseguir siempre un exceso de los ingresos sobre los gastos, un excedente de las ganancias sobre los desembolsos. Para ello les aconsejo que estiren cuanto puedan el calzado, el traje y el sombrero; que se priven en las comidas de un plato que no sea en absoluto indispensable; que se abstengan de vicios. Y que la moneda ahorrada la guarden, celosamente, sin volver a acordarse de ella. No de otro modo se consigue el resultado deseado.

Sobre todo, equilibren el presupuesto. Para darse fácilmente cuenta de sus oscilaciones, anoten en un cuaderno los ingresos y los gastos; estos últimos en dos columnas, así encabezadas: necesario, superfluo. De diez veces, nueve, al comprobar sus cuentas todos los meses, observarán que la columna de lo superfluo suma el doble o más que el total de sus gastos.

En nuestros tiempos de democracia, se repite por doquier que todos somos iguales. Eso nos mata. ¡Cuántas y cuántas gentes se arruinan por querer igualarse á sus vecinos! La señora X, amiga mía, ha regalado a su hija, que va a casarse, una magnífica toilettes de terciopelo. Yo no soy lo bastante rico para ofrecer a mi hija trajes de terciopelo; pero el maldito «qué dirán» me obliga a comprarle una imitación de terciopelo, y tan bien hecha, que nadie descubrirá el engaño. Proceder de ese modo es una tontería que a nada conduce, el que así proceda empezará la serie de gastos inútiles. Y el «gasto inútil» es el camino obligado para llegar a la miseria.

Quiten lo superfluo, guarden el dinero en un rinconcito seguro y ténganlo allí quieto hasta el día en que una necesidad imprevista, la enfermedad ó el accidente, los obligue a recurrir a sus «buenos oficios». ¡Que, por fortuna, no tuvieron que tocar la alcancía! Mejor que mejor. Crecerá la bola de nieve, y serán ricos. Créanme: eso es la economía. ¡Cuántos la practican en debida forma! Muy pocos.

Tengo un amigo muy rico, al que oí contar una vez lo siguiente: «Cuando hice mi primer negocio se le antojó á mi mujer un sofá nuevo. Ese mueble me costó $200. El sofá trajo consigo las alfombras, los cortinajes y los cuadros. Luego, cuando ya fue pequeña nuestra casa para contener el mobiliario, se hizo preciso construir un hotel. Este exigió un imponente cortejo de criados, cocineros y ayudantes. Estuve a dos dedos de la ruina. Cuando iba ya a presentarme en quiebra, dije ¡adiós! a todos los lujos. Me impuse un régimen de economía feroz... y me he salvado. No obstante, tardaré al menos quince años en reponerme de las heridas».

La salud

Para conseguir el éxito, es condición sine qua non la salud. Quizá es este elemento más importante que el mismo capital. No descuiden, pues, las reglas de la higiene para conservar todo el tiempo posible el mayor bien del hombre. Abluciones frecuentes, aire puro, ejercicio, alimentación sana y horas de descanso. Presérvense del frío y del calor exagerados, de las bebidas alcohólicas y de todos los vicios. En fin, practiquen ese cúmulo de preceptos, útiles y verdaderos, que impone el culto de la diosa Hygia. Todos los saben, y, sin embargo, ¡con qué frecuencia los olvidan!

La salud merece, ciertamente, cuantos cuidados se le prodigan. El buen sentido, la moral y nuestros intereses así nos lo dicen. A pesar de ello, ¡no vean la resistencia que pone todo el mundo a llamar al médico! Su caballo o su perro se enferman de improviso ¡Qué venga en seguida el veterinario! Y tratándose de ustedes, que no se avise al facultativo. «Así –dicen– me economizo sus honorarios y el gasto de la farmacia» ¡Bonito modo de razonar! ¡Qué admirable manera de entender la economía!

Les aconsejo que abandonen los hábitos perniciosos. El primero y principal, el del tabaco. El cigarro acaba con la memoria y con el estómago, sin contar el sin número de dolencias que engendra o favorece, no hay vicio más estúpido ni más sucio. El borracho y el jugador aún pudieran alegar en su defensa: aquél, el deseo de olvidar penas y miserias; éste, los estímulos de la necesidad del momento, la ganancia fácil, el dinero adquirido sin las humillaciones del préstamo. El fumador, ¡para qué fuma! Pues, según dice, para distraerse viendo subir las espirales de humo, para matar el tiempo. «¡Matar el tiempo!» ¡El tiempo, cuyo valor es inapreciable, muerto vilmente a manos del vicio!

Del vicio de la bebida, del juego y de las mujeres, no quiero decir gran cosa. La única bebida del hombre que aspira a ser «fuerte» debe ser el agua, y el único juego, el del ajedrez, porque estimula poderosamente la facultad de pensar. En cuanto a la mujer, ya saben lo que decía Salomón, persona competente en la materia.

CONTINUARÁ…

P.T. Barnum, un millonario director de espectáculos, famoso por sus circos y museos de fenómenos en el siglo XIX escribió El Arte de Ganar Dinero hace 130 años, pero sus consejos siguen siendo válidos hoy en día.



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Comments

Comentario: Interezante tu articulo http:// www.undineroextra.com
Posted: 8/9/2012