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La recién bajada

En Lima no se consigue ni pagando

Por María Elena Alvarado
April 2006
Hace unas semanas fui a una exposición en Tivoli llamada 7th Annual Erotic Art Show. Pagué 10 dólares y aparte de la muestra (otro tema) vi algunas performances. Unas señoras cantando con ropa insinuante canciones acerca de su libertad sexual y renegando de los hombres, of course. También hubo un happening de una familia semidesnuda bañándose en leche en (casi) una apología al amamantamiento y finalmente una stripper profesional deleitó al público con su show de fuego y erotismo. Mucho vino y canapés relativos a la muestra: chocolates en forma de pene y lo que vuestra imaginación quiera.

Salí de la muestra pensando, sí que la gente se siente libre de hacer lo que quiera en este país. Considero imposible haber visto un show así en Lima. Ni pagando. Este no era un show de cabaret. Este era un momento de catarsis de gente común y corriente. 

Hace algunos meses escuchando una entrevista a la escritora española Rosa Montero acerca de su libro La loca de la casa,  recordé un artículo de la crítica Bell Hooks acerca de la toma de fotos y como ésta configura las narrativas familiares. Una foto de niña en tus manos y tu madre diciéndote, “aquí estabas en la casa de tus abuelos, ese vestido lo compré ese día, estabas contenta”. O, como sugiere Montero, un domingo en la mesa familiar y la abuela comenta, “tu madre cuando era niña era muy tímida y no hablaba con nadie”. Y así, entre fotos y narrativas de otros vamos configurando nuestro self pasado que, obviamente, es el cimiento de nuestro self actual. Y de nuestras concepciones de lo que esta bien y de lo que esta mal. ¿Mamá era feliz? Sí, estuve contenta ese día en la casa de la abuela.

Lo relativo a lo que está bien y a lo que está mal es un asunto de moral. Y la moral, al margen de existencialismos, la construyen aquellos que nos rodean y nos crían y nos quieren. Desprenderse de esa moral y reconstruir tus propias narrativas/ apreciaciones/ valores puede llegar a ser una labor titánica. Pero creo francamente que en un mundo como el de hoy es necesario hacer una revisión de quiénes somos y qué queremos en verdad. ¿Es esto una destrucción de nuestra moral?  No lo sé. Pero sí se que la construcción de un propio self siempre estará condimentada por narrativas ajenas relativas a uno pero que debemos aprender a decantar y evaluar si queremos ser “nosotros mismos”. A veces los afectos nos lo impiden. El sentimiento de culpa y, sobre todo, el de traición.

Catarsis sin culpa

En los países latinoamericanos la iglesia Católica es quizás el fundamento más potente de nuestra moral. Regula nuestro comportamiento en todos los campos, sobre todos lo existenciales, es decir, los libidinales. Estoy agradecida de haber podido ir al 7th Annual Erotic Art Show. He visto muchas muestras sexualmente cargadas en mi vida (soy artista plástica) pero este show era un show casero, un espacio para la catarsis. Algo imposible de imaginar en mi Lima querida. Allá los adultos viven sus catarsis al margen de la ley divina. Con culpa y traición. Para eso están los burdeles.

Tengo que decir honestamente, que el estar en este país tan controvertido y acusado de conservador me está ayudando a revaluar mis propias narrativas gracias al contraste. Aquí me siento más libre de ser quien quiera ser, aún a costa de los otros. Aprender que cada uno tiene derecho a ser feliz de la manera que quiera no es algo que se enseñe en las escuelas ciertamente. ¿Dónde entonces? El otro día hablando con un amigo le dije que yo no era muy normal. El me dijo “¿qué es normal?, ¿casarse de blanco, tener la casita arreglada y el auto del año en la puerta”? Pues sí. En mi país esa es la normalidad de la felicidad. Una felicidad normada. ¿Era feliz cuando visitaba a mi abuela? ¿Casarme y reproducirme es la felicidad? Alzo mis hombros y miro hacia delante y lo que veo es inmensamente vasto. Sólo déjenme ser.

 

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