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Las Abuelas Respondieron

Con, amor, humanidad y la razón

Por Antonio Flores-Lobos
September 2018
Cuando en la casa de Dan Aymar-Blair se escucharon las noticias de que Estados Unidos estaba separando a niños de sus padres que llegaban a la frontera en busca de asilo, su familia entró en shock. No podían creer que su gobierno hubiese llegado tan bajo, y querían responder a las atrocidades implementadas con la política inhumana, llamada de “Tolerancia Cero”.
 
Tras una reunión de un puñado de activistas y abuelas, en Beacon, Nueva York, en julio nació espontáneamente la agrupación Abuelas Responden (Grannies Respond), para subir a una docena de abuelas a una camioneta y llevarlas en un recorrido de 2000 millas hasta los centros de detención de inmigrantes en la frontera sur. Ahí ellas manifestarían su descontento con las infames políticas migratorias, y llevarían un mensaje de amor de abuelas a los inmigrantes detenidos.

Al momento que la idea apareció en las redes sociales, comenta Aymar-Blair, “fue como una bola de nieve que comenzó a rodar, aglomerando donaciones, adeptos a la causa y más abuelas”. En las noticias se oía y se veía a niños, algunos de ellos infantes, en semi-jaulas, durmiendo en el suelo, llorando a los gritos por sus padres. Era intolerable.

Con la planificación de la logística, se acordó que el trayecto les tomaría 7 días, y que las llevaría por ciudades como Nueva York, Pittsburgh, Louisville, Montgomery, Nueva Orleans, Houston y puntos intermedios. Se partiría el 31 de julio de Beacon y se llegaría a la frontera en McAllen, Texas (donde se encuentra en centro de procesamiento de inmigrantes más grande del país), el 6 de agosto.

Para entonces, ya se habían formado otras caravanas de abuelas, procediendo de Oregón, Georgia, Florida, Wisconsin y Texas. Había dos “caravanas” de una sola abuela, que por venir desde Alaska y la Ciudad de México, respectivamente, simplemente abordaría un avión para sumarse a las abuelas en McAllen.

La misión de las abuelas era clara. Demandaban que todos los niños fueran regresados a sus familias de manera inmediata, y que las familias deberían estar juntas, pero no detenidas indefinidamente.  “Nuestro gobierno y nuestras instituciones no tienen dominio sobre nuestra moralidad. Nosotros, el pueblo, seremos la brújula moral de nuestro país y no descansaremos hasta que se restauren la compasión y la decencia” explican en su página web.

Aunque sus demandas eran justas, comentaba la abuela Tina Bernstein, “somos conscientes de que posiblemente nuestra caravana no cambiará la postura de gobierno, pero vamos a la frontera para sembrar una semilla de esperanza”.

Las abuelas contactaron a la prensa de los lugares en su trayecto, e invitaron a seguirlas. Sólo un puñado de agencias de noticias acató el llamado de sumarse, entre estas estuvo Al Jazeera de Qatar, la BBC de Inglaterra, y nosotros, La Voz en Radio Kingston, que me envió para cubrir la caravana y co-conducir nuestro programa en vivo desde el trayecto (lunes a viernes 10 de la mañana al mediodía en 1490 AM, y RadioKingston.org).

Fueron días intenso de trabajo, iniciando a las 6 de la mañana y terminando a las 10 de la noche. No hubiera podido hacerlo solo, sin el apoyo del equipo de La Voz en la estación, y la asistenta en el camino, mi hija de15 años, Frida Flores Reininger. Viajamos con la documentarista y co-chofer de nuestra camioneta, Andrea Garbarini, y sus asistentes Jacob Nemec y Dylan Franks.

Las Abuelas, contrariamente a lo que se cree, manejaban las redes sociales de manera impresionante, al punto que miles de personas las iban siguiendo, y donándoles fondos, desde diferentes partes del mundo.

Día 1. La primera tarde encontró a las abuelitas frente a la cárcel del Condado de Berks, cerca de Reading, Pensilvania, donde los aliados locales esperaban con una vigilia frente a las instalaciones donde están detenidas cientos de familias inmigrantes.  Del otro lado, armados con binoculares, cámaras y demás, los agentes del sheriff observaban cautelosamente los movimientos de las abuelas, quienes derrochaban su amor cantando, con la esperanza de que los refugiados en la prisión los escucharon.    

Día 2. Al día siguiente, las abuelas pidieron, desde las escalinatas del capitolio en Harrisburg, al gobernador (demócrata) de Pensilvania, Tom Wolf, que cerrara la prisión de Berks.

Fue en Pittsburgh, mientras eran agasajadas con comida, música y discursos, cuando les llegó la noticia de que una infante, que había estado detenida en un centro para inmigrantes en Dilley, Texas, había fallecido. Para qué hablar de los sollozos de las abuelas, cuando lo que ahí se sintió fue como si se le hubiera echado gasolina al fuego. Las abuelas, más determinadas que nunca, querían responder a semejante atropello.

Día 3. Al tercer día, camino a una concentración planeada en el Centro Mohamed Alí de Louisville, Kentucky, las abuelas ordenaron una asamblea de emergencia, y la caravana hizo un alto, sin importar que las temperaturas pasaban los 100 grados Fahrenheit. Votaron para detenerse en Dilley y designaron a tres de ellas para inspeccionar las instalaciones y conversar con los inmigrantes. El resto esperaría en las camionetas. La consigna era no dejarse arrestar, puesto que necesitaban llegar al destino final para encontrarse con las otras caravanas.

Día 4. Al cuarto día, Montgomery, Alabama recibió a las abuelas con un tour del recientemente creado y conmovedor Memorial Nacional para la Paz y la Justicia, dedicado al legado de la esclavitud, los linchamientos, la humillación de la segregación racial y Jim Crow, y la carga de las presunciones contemporáneas de culpa y violencia policial contra la gente de color. Ahí las abuelas reflexionaron que las separaciones en la frontera no son algo nuevo para la historia del país: las familias esclavizadas se resquebrajaban cuando sus miembros eran vendidos en subasta.

Tras un largo día de camino y lágrimas en el museo, las abuelitas se encontraron con sus semejantes que llegaron de las caravanas de Wisconsin, Georgia y Florida. Una iglesia les ofreció un festín solidario, donde personas de diferentes razas, credos y nacionalidades, festejaron sus diferencias y se fundieron en oraciones, cantos y abrazos. Hasta ahí llego la candidata demócrata al congreso, Tabitha Isner, quien les prometió que de ser elegida en noviembre, lucharía por proteger a los inmigrantes.

Día 5. En el quinto día, Nueva Orleans trató a las abuelitas como celebridades, con recepción de largos abrazos llorosos, solidarios discursos, comida cajún, collares de Mardi Gras, y un desfile en memoria de los inmigrantes fallecidos, liderado por una banda que del Ballou, la región del delta del Río Mississippi. A pesar de la ajetreada agenda, algunas abuelitas se tomaron unas horas para visitar la legendaria Calle Bourbon del Barrio Francés.

Día 6. Para el sexto día, la vegetación y las refinerías de petróleo habían quedado atrás. Texas ofrecía un panorama más mexicano, no sólo por los hispanos por doquier, sino que el mismo terreno se asemejaba a las zonas áridas de México. Y dicho y hecho, en El Centro de Talento Bilingüe de Houston, nos dieron la bienvenida abuelas que hablan español.

El Día 7 comenzó a las 4 am. Había que salir de madrugada para poder llevar a las abuelitas a Dilley, sede del Centro Residencial para Familias del Sur de Texas, que al momento alberga mas de 2,000 madres e hijos, y en donde había estado detenida la infante fallecida.

En cuanto las camionetas de las abuelas ingresaron al estacionamiento, un agente de seguridad salió para recordarles que estaban en propiedad privada, que no podían filmar, ni tomar fotos, y que si no desalojaban, llamarían a la policía para que las arrestaran.

No estaba en sus planes ser arrestadas pero se quejaban de que si los contribuyentes pagan a la compañía carcelera CoreCivic, hasta $60,000 al año por cada detenido, pues tenían el derecho a ver cómo se trataba a los inmigrantes.

Era el último tramo del viaje, había cita con las otras caravanas, pautado para las 5 de la tarde en el Archer Park de McAllen. No se dejaron arrestar, y la caravana original, que salió de Beacon con más de 30 personas en más de 4 camionetas con abuelas (y un abuelo), un grupo de apoyo, prensa, un motociclista y un perro, llegaron sanos y salvos a la frontera.

Esa misma noche, las abuelitas visitaron a inmigrantes recién liberados en el Centro Humanitario Respite. No hubo barrera idiomática, las lágrimas de los inmigrantes y las abuelitas llevaron el mensaje de amor y humanidad, de que los inmigrantes eran bienvenidos y que la convicción, coraje, determinación de las abuelitas era apreciado.

Día 8. Antes de partir el último día, las abuelas se dividieron en grupos; unas cruzaron el puente internacional a Reynosa, Tamaulipas, México, para dar mochilas con víveres a inmigrantes varados en la frontera. Otras visitaron otros centros de detención del sur de Texas. En la asamblea final se acordó, entre otras cosas, que las 200 abuelas coordinarían esfuerzos y continuarían trabajando en sus respectivas ciudades, para mantener viva la idea de que un refugiado no es un criminal y que las familias pertenecen unidas, y no detenidas indefinidamente, en el país supuestamente más libre y más rico del planeta.

 

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