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Morirse por cruzar

Inmigrantes siguen muriendo en Arizona

Por Leanne Tory-Murphy
September 2015
Llegamos a la iglesia Southside Presbyterian en Tucson un martes un poco antes de las 7 pm. Después de que nos saluda un monje con su túnica y otros participantes, mi amigo y yo nos sentamos para la junta de los samaritanos, una organización de voluntarios estrictamente, cuya misión es salvar la vida de inmigrantes cruzando el desierto del sur de Arizona. La simpleza de la sala de techo de madera se refleja en la concentración y el compromiso de la gente aquí reunida. Caminan en el desierto en grupos de cuatro casi todos los días ofreciendo ayuda humanitaria a los migrantes que pueden estar enfermos, lesionados o deshidratados.  

Mientras la reunión comienza, escuchamos reportes de las excursiones y una presentación sobre la reciente llegada de muchas mujeres y niños de Guatemala que ICE lleva a la estación de autobuses Greyhound en el centro. La reunión concluye con un momento de silencio en honor a aquellos que han perdido sus vidas cruzando la frontera. Después nos encontramos con Rebecca quien será la guía de nuestra excursión esa semana. Nos dice que empaquemos un almuerzo y nos veamos a las 7am al día siguiente. 

Unos días después volvemos a la iglesia, pasando obreros en sudaderas con gorros a la luz de la mañana temprano.

Rebecca y otro voluntario están abriendo el almacén. El aire está frío, pero no tan frío como la noche anterior. Además de llenar el coche con agua y kits de supervivencia llenos de botanas, calcetines y protector labial, también empacamos cobijas delgadas por si encontramos a alguien que esté pasando la noche en el desierto. Lo último que metemos al coche es una bolsa llena de suministros médicos, desgastada y roja con una gran cruz blanca hecha de cinta adhesiva en la parte posterior.  

El desierto de Arizona no es lo que yo pensé que sería. Yo esperaba un espacio plano, color café con arbustos esparcidos. En vez de eso, hay montañas en todas las direcciones. El terreno es escarpado y montañoso, cubierto de todo tipo de vida animal y espinos. Encapsula un sentimiento de lo amplio y lo vasto, que hace ver a la vida humana como pequeña, y efectivamente muchos se pierden en él. Lo que siempre ha sido un terreno duro se ha hecho todavía más peligroso en las últimas dos décadas con la creciente militarización de la frontera. Además de cactus, falta de agua, días calientes y noches heladas, el desierto ahora cuenta con vehículos aéreos no tripulados con sensores de calor, con patrullas armadas y vigilancia vía helicóptero y grupos militares.  

Salimos de la carretera, entrando a Ranch Road 684, una calle de terracería que sería imposible de pasar sin tracción en las cuatro ruedas. Rebecca presta atención a la distancia recorrida por que la salida debería estar a unas 12 millas. Dadas las condiciones de la calle, nos toma casi una hora llegar a ese punto. Mientras pasamos enormes formaciones de piedra y campos de pasto amarillo, uno de los voluntarios con más experiencia describe cómo cambia el paisaje de estación a estación, y lo fácil que es desorientarse y perderse. Hoy estamos de camino a un punto en el corazón de las montañas Tumacacori, aproximadamente 10 millas al norte de la frontera donde se ha construido un altar conmemorando a una niña de 14 años de El Salvador que murió mientras intentaba cruzar el desierto.

La caminata al altar es como un circuito, y a veces peligrosa. En un punto, uno de los voluntarios se cae a un lado del angosto sendero con una orilla empinada. Es difícil imaginarse cómo sería esto de noche. Aun teniendo mucho cuidado al dar cada paso, mis zapatos y calcetines se llenan de espinas. Paro frecuentemente para sacármelas. Así de chicas como son, igual duelen.   

Josseline Jamileth Hernandez Quinteros atravesó este paisaje durante dos días antes de morir. La acompañaba su hermano de diez años. Después de un viaje de varias semanas subiendo por Guatemala y por México, estaba a solo unos días del cariño de su madre en California cuando se enfermó violentamente. Le dijo a su hermano que siguiera con el grupo sin ella. Los voluntarios encontraron su cuerpo unas semanas más tarde. Hoy un simple altar ha sido erigido en el lugar donde murió. Una cruz desgastada por el clima, un rosario adornado sobre un montón de piedras, una vela y oraciones están al pie del altar. Al acercarnos, la plática dentro del grupo para y todos reflexionamos sobre la injusticia del temprano y brutal final de esta muchacha.

En los últimos seis años han ocurrido más de dos mil muertes conocidas de inmigrantes en Arizona. Solamente en 2012, se encontraron los restos de 157 personas. Es probable que muchos cuerpos no sean encontrados y que los que sí se encuentren no sean identificados. Las muertes de inmigrantes han aumentado desde el 11 de septiembre de 2001 cuando la “prevención a través de la disuasión” se convirtió en la estrategia principal de inmigración, obligando a gente a partes duras y menos pobladas del desierto.

Los samaritanos y otros grupos de derechos humanos consideran esta situación como una crisis humanitaria. La patrulla fronteriza es vista como el enemigo en muchas comunidades, incluyendo pequeños pueblos fronterizos como Arivaca, donde tienen que lidiar con la humillación e inconveniencia de helicópteros y retenes todos los días. Por otra parte están los grupos armados que opinan que no se hace suficiente para proteger la frontera. Estos grupos salen a intimidar a los inmigrantes, rompiendo sus contenedores de agua y de latas de comida.

Los inmigrantes que son detenidos por la patrulla fronteriza pasan por el sistema de cortes en masa como resultado de un programa llamado Operation Streamline (operación modernizar). Bajo este programa, aproximadamente 70 personas son procesadas a diario en el sector de Tucson. Se les aconseja declararse culpables por una pequeña infracción a aquellos que nunca antes han sido detenidos, lo cual quiere decir que tendrán un récord y que pueden ser acusados de un delito grave si se los encuentra volviendo a entrar al país. Aunque la mayoría se declara culpable, de todos modos siguen detenidos por 30 días antes de ser deportados, lo cual ha sido enormemente benéfico para la industria de prisiones privada.

Regresamos de la simple cruz blanca y pañuelos desgarrados, habiendo dejado dos galones de agua con las esperanzas de que la vida de otros viajeros no acabe del mismo modo que la de Josseline. El camino de regreso es más rápido, más certero, aún con caminos que entran y salen de nuestra visibilidad.

Cruzar la frontera no es un viaje que cualquiera pueda asumir ligeramente: implica arriesgar la vida. Me pregunto por qué las mismas fuerzas que provocan la inmigración también la criminalizan. Tal vez cruzar la frontera es la primera de muchas cosas indignas por las que han de pasar los que viven como indocumentados en los EE.UU. 

No encontramos a nadie en nuestra caminata serpenteante por el desierto. Anunciamos nuestra presencia cada 20 minutos, más o menos, lo cual parece ser suficiente porque no hay nada compitiendo con nosotros sobre el silencio total y abrumador. Rebecca nos asegura que la gente cruzando sólo se deja ver a los voluntarios si están en verdaderos problemas, sino, tratan de mantenerse escondidos durante el día.

La reforma a la legislación de inmigración propuesta sería devastadora a la crisis humanitaria que ya está ocurriendo en la frontera. Lo que en teoría es una legislación que uniría a familias y daría el muy necesario y querido estatus legal a millones de inmigrantes indocumentados actualmente viviendo en EE.UU., también es una legislación de defensa que aprobaría miles de millones de dólares para gastos en la construcción del muro fronterizo y otras tecnologías militares. Como ha sido reportado en el New York Times y en otras partes, y que ha sido confirmado por activistas en el terreno, mayor seguridad fronteriza simplemente quiere decir cruces más peligrosos y más muertes.

*Traducción al español de Andrés Martínez de Velasco

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