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Debate

¿Votar o no votar? y el voto nulo como opción política

Por María Del Rosario Lara
October 2012
Hace unos meses una colega y yo charlábamos sobre las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Su visión sobre la democracia francamente me sorprendió. Según su esquema político, la democracia se reduciría a la expresión ciudadana de las preferencias políticas a través del voto durante las contiendas electorales. En aquella ocasión, mi colega afirmaba que todo ciudadano responsable debería ejercer su derecho al voto, sobre todo para impedir que las funciones gubernamentales cayeran en manos de los sectores más conservadores del país, agrupados alrededor del Partido Republicano. Su conclusión fue: “Los republicanos siempre votan por quien les pongan, así sea Mickey Mouse, así que nosotros debemos votar por el candidato demócrata, sea quien sea.” Ante tajante aseveración opté por el silencio.

Sin embargo, este episodio me asedió por varios días y me obligó a reflexionar sobre la función y el significado real del voto ciudadano en la construcción de regímenes democráticos.

 Se nos ha dicho hasta la saciedad que el individuo se define en función de una ciudadanía consagrada por el sistema jurídico de cada país, es decir, que está representado legalmente. Dicha ciudadanía crea un ámbito de acción específico y una serie de derechos y obligaciones jurídicos individuales. Uno de estos derechos y deberes ciudadanos es el voto, que tiene la función principal, según el discurso dominante,  de la participación democrática de la ciudadanía. 

Pero, ¿hasta qué punto el voto resulta efectivo cuando la gran mayoría de la población carece de la información política necesaria para ejercer este derecho?  ¿Cómo es posible construir sociedades democráticas cuando las opciones políticas surgen desde arriba y no de la comunidad? ¿De qué manera pueden expresarse las necesidades genuinas de la sociedad si se encuentra totalmente fragmentada y no hay puntos de unión que favorezcan la implementación de una agenda política mínima para llegar a un consenso social, nacido del seno de la supuesta “ciudadanía”? y; por último, ¿Qué sentido tendrían las elecciones cuando el poder del Estado se ejerce sin la razón y el olvido más ominoso del ser humano en cuanto tal y, lo único que lo asiste es la fuerza descarnada de los grupos de interés, totalmente alejados de la comunidad? 

A pesar de todo, el discurso del poder afirma la urgencia de las votaciones. Pareciera ser que el mensaje último de este poder sería: Voto, luego existo.

Todas estas preguntas me llevaron a considerar la opción del “voto nulo,” ejercido con responsabilidad para expresar el malestar de sectores y grupos de la población que no están convencidos ni de la eficacia del voto ni de la propaganda política. Es decir, esta alternativa también puede ser una práctica democrática, aunque el discurso hegemónico insista en negarlo. A través del “voto nulo” puedo expresar mi disconformidad frente a la manera excluyente y jerárquica en que se ha venido dando respuesta a problemas sociales; mi rechazo ante la práctica del poder de convertirnos en un capital político utilizable en tiempos electorales y; mi negativa a que se me teorice como individuo aislado, carente de vínculos sociales.  El “voto nulo” actuaría como una de las posibles estrategias ciudadanas para repensar lo social: totalmente mutilado por la concepción del ser humano como individuo autónomo e independiente. Sin embargo, para que el “voto nulo” adquiera alguna significación requeriría de una población educada políticamente y que de alguna manera fuera una práctica masiva.

Hay que recordar que anular el voto no es lo mismo que no votar. Anular el voto significa tanto el ejercicio de un derecho político como la alternativa de cancelar las opciones políticas que se me presentan por improcedentes. El “voto nulo” funcionaría como un espacio de diálogo entre una ciudadanía politizada y las minorías privilegiadas para plantear la necesidad de cambiar lo político. A través del “voto nulo” podemos debilitar uno de los pilares fundamentales del Estado “democrático”: su legitimidad.  En cambio, el no votar se entiende generalmente como apatía ante las cuestiones sociales y permite al poder del Estado culpabilizar a la sociedad por su falta de participación política.

Para finalizar, las palabras de mi colega me dejaron una pregunta que no he logrado aclarar: si los republicanos están dispuestos a votar por Mickey Mouse, ¿los demócratas deberían votar por el Pato Donald?

 

¿Y usted qué opina? Escriba a [email protected] ¡y haga oír su voz!




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