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Cuento

A través de las rejas

Por Ricardo Enrique Murillo
June 2012

Son las 8 de la mañana y la señal de la radiodifusora KHS 7.9 FM llega puntual a las cárceles y a los hogares hispanos de Estados Unidos. Las familias se disponen a escuchar el segmento semanal en las salas y en las cocinas a manera de fiesta. Es una audiencia selecta, fiel y agradecida de que haya este servicio en español. De inmediato reconocen las notas de “La Cárcel de Cananea” y la voz fronteriza del locutor Rómulo Lozano les da la bienvenida.

-Señores y señoras, ¿qué tal? ¿Cómo están? Tengan muy buenos días, una vez más, como todos los sábados, aquí estamos, gustosos de poder brindarles por esta frecuencia internacional la oportunidad de comunicarse con sus seres queridos en ‘A través de las rejas’. Deseamos que todos ustedes se comuniquen sus saludos, sus mensajes y que reciban las mejores noticias de la semana. Vamos pues a tomar la primera llamada. Arrrrrrrrranca…

-¡Buenos días!

-Buenos días.

-Sí, buenos días, estamos al aire. ¿Quién llama?

-Carolina Avalos.

-¿Para quién es tu mensaje, Carolina?

-Para mi esposo Gerardo Gaytán que está preso en San Quintín desde hace siete años.

-¿Y qué le quieres decir a Gerardo? Háblale como si lo tuvieras al frente. Estamos seguros de que te está oyendo.

-Hola, Gerardo. ¿Cómo estás? Los niños y yo te extrañamos mucho y te mandamos muchos saludos. Ahora no te pueden hablar porque están dormiditos después de una semana de clases, pero te prometo que el próximo viernes los acuesto temprano para que se levanten y hablen contigo. Tus papás llamaron de México ayer para decir que ya supieron que tienes posibilidades de salir libre pronto. Quieren que vayas a México a verlos en cuanto salgas. Dicen que están bien. Un poco viejos, tú sabes. El tiempo no pasa en vano. Ah, y que ya les entregaron sus lentes. Tus hermanos llamaron de Texas preguntando por ti, Gerardo. Ofrecieron pagarte el boleto si quieres ir a México en cuanto salgas. Todos tenemos muchas ganas de verte. Yo sigo trabajando en el restaurante, de mesera, y mi hermana Obdulia y yo nos turnamos para cuidarnos los niños y así ahorramos lo de la niñera. Ah, y ya le dimos el último pago al abogado. Te digo para que no te vayas a comprometer a darle más dinero. Bueno, llámanos por cobrar cuando puedas. No te preocupes por nosotros, estamos bien. Bye.

La voz de Carolina se escuchó en las bocinas de la cárcel de San Quintín. Los presos de la División 5 permanecieron atentos en las celdas. Gerardo estaba sentado frente a una de las mesas del comedor, con el plato a medias, alegre, pues recibir un mensaje mediante la KHS es una fortuna cuando los familiares viven lejos y no pueden visitar al preso como quisieran. Se le arrasaron los ojos de lágrimas. Los que lo conocían, lo felicitaron.

Imposible para él poder llamar a la KHS al sábado siguiente. Los oficiales sólo les permiten hacer una llamada de cinco minutos cada tres meses y cuando les conceden el privilegio decenas de presos ya han apuntado sus nombres en la lista, no sólo de San Quintín, sino de todas las cárceles de los Estados Unidos. A falta de otra opción, resignado, hoy dedica la tarde a escribir cartas en cuyo sobre habrá de incluir la dirección de la cárcel, el número que le asignaron, y la división donde cumple su sentencia:

“Carolina, no te imaginas el gusto que me dio escucharte y saber que los muchachos y mis papás están bien, pobres, deben haber envejecido mucho de tanto preocuparse por mí, especialmente mi mamá, toda chueca por las reumas que no la dejan en paz, pero saliendo voy a verlos y a pagar la manda que le debo a la Virgen. Diles a mis hermanos que sí les acepto la oferta y que se los agradezco y que un día no lejano espero pagarles todos los favores. Casi ni lo creo que voy a salir. Lo creeré el día que el juez me dé mi carta y me diga ‘toma, puedes irte y cuidadito con hacer otra tarugada’. Carolina, me muero por verte”.

“Mamá, no se preocupe, dice el abogado que ya la tenemos ganada y todo es cuestión de completar el papeleo. Estos días me sueño mucho afuera. Seguro siempre voy a salir y ha de ser por sus oraciones, mamá, que mi cautiverio llega a su fin. Muchas gracias. Dígale a mi papá que, primero la Virgencita, por allá nos vemos pronto y que vaya alistando los caballos para darnos un paseo por el plan. Cuídese mucho”.

“Lucha Elena, corazón mío, te mando otra carta para decirte que voy a México pronto. Pasaré unos dos meses allá o tal vez más. Imagínate el gusto que me va a dar verte después de que me iba a casar contigo por la Iglesia y que, a causa de los gritos de Carolina, el Padre interrumpió la misa de nuestra boda, y me vine al norte y tú te quedaste allá, y acá me casé con ella, porque, lo acepto, estaba confundido, pero cuando vaya ella no estará allá para impedirnos que nos queramos como antes. ¿Te acuerdas? A la mejor hasta nos casamos. Lucha Elena, no me contestes porque tu carta no alcanzaría a llegar antes de que me vaya”.

Las cartas de los presos hispanos yacen, desordenadas, sobre una mesa, en sobres abiertos, como si fueran barajas. Toda correspondencia debe pasar por la oficina de revisión. Un traductor de origen argentino levanta la mano derecha y jura decir la verdad frente a un grupo de oficiales de alto nivel. Lee en voz alta (en inglés), con claridad, a fin de que los oficiales vayan captando cada detalle. Una vez que el traductor ha leído una carta, al no encontrar nada censurable, pasa a la siguiente, comenzando por el nombre y el número del preso. Al final de cada una es natural en él decir:

-Otra carta de amor.

Las cartas leídas pasan a la mesa de la máquina donde un guardia las cierra y las sella para luego llevarlas al correo en una valija. Entre la entrega de una carta a un oficial de correos y el momento en que la recibe su destinatario pueden transcurrir tres días o un mes, dependiendo de a qué parte de Estados Unidos o México vaya.

A Gerardo le gusta tanto recibir contestación a sus cartas como escuchar algún mensaje en la KHS. Son los momentos que más suelen comentar los reos en las horas silenciosas. Los mensajes les dan tema para platicar de su pasado, de lo que extrañan, de lo que anhelan. Todos piensan en la libertad. Unos la ven más cerca que otros. Los que la ven más lejana lloran. Quienes están próximos a pisar las calles se voluntarizan para llevar mensajes de bienestar a los seres queridos. Todos en la División 5 saben que la salida de Gerardo está próxima. Lo felicitan y le dicen que no se olvide de los “amigos”. Él les promete que les escribirá. Hará hasta lo imposible para que salgan. Les conseguirá abogado. Los visitará de vez en cuando. ¿Quién podrá impedírselo?

El sábado siguiente se va al comedor a la hora en que se transmite “Tras las rejas”. Los presos llaman a la radiodifusora y expresan ese sentimiento de abandono que los identifica, pero Gerardo, más que sentirse identificado con ellos, ahora desea que su esposa llame a la estación y le diga que ‘todo está listo’ para su salida. El locutor alterna las llamadas de las familias con las de los presos. Dice que se han saturado las líneas telefónicas. Les pide paciencia. Gerardo escucha las conversaciones del pasillo sin poner atención. Se frota las manos. Ve el reloj. Casi se acaba el programa. Quedan cinco minutos, apenas el tiempo suficiente para un par de saludos breves.

-Breves, por favor-, dice Rómulo Lozano y contesta la última llamada. 

-Adelante, ¿quién habla?

La persona se queda callada.

-Programa ‘A través de las rejas’, a sus órdenes.

-Soy Carolina Avalos otra vez.

-Hola, buenos días, Carolina, estamos al aire. Envíale saludos a tu marido que debe estar ansioso de escucharte.

-Gerardo, llamo para decirte que ayer recibí tu carta, pero te equivocaste de sobre porque yo no soy ninguna Lucha Elena y a mí me habías dicho que ibas a ir a México a ver a tus papás y a pagarle la manda a la Virgen, no a pasearte con esa bruja que me juraste mil veces no volver a ver. ¡Qué descaro el tuyo después de tantas pendejadas que te he aguantado y de haber criado a tus hijos sola! Lástima que ya vas a salir libre y a hacer otra vez de las tuyas como estás acostumbrado. Yo, por mí, sería mejor que el juez te dejara podrir donde estás. Me equivoqué al pensar que la cárcel te había cambiado, pero eres el mismo o peor que antes y mi llamada al radio es para decirte que cuando salgas no te molestes en venir a la casa. No vuelvas, por favor. Evítame la molestia de que te eche la policía. Vete mucho a la chingada con tu Lucha Elena. Adiós y muchas gracias, don Rómulo.

-Señores y señoras, así llegamos al final de un segmento más de ‘A través de las rejas’. Que tengan un feliz fin de semana y muuuuuuy buenos días.

NOTA: "A través de las rejas" apareció en la revista cultural Contratiempo.





  

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