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Viva la Diferencia

Por Mariel Fiori
June 2012

Hace poco fue noticia que las minorías raciales y étnicas representaron más del 50 por ciento de los niños nacidos en Estados Unidos el año pasado. Según Roderick Harrison, ex director de estadísticas raciales de la Oficina del Censo, “Esta generación está creciendo mucho más acostumbrada a la diversidad que sus mayores,” y sin embargo, “nos encontramos en un periodo peligroso en el que quienes apelan a los aspectos antiinmigrantes están avivando una división y hostilidad que podría tomarnos décadas superar”.

Se habla del punto crítico de Estados Unidos, un momento amenazante sin duda, en el que los blancos no hispanos se convertirán en minoría. Justamente en este momento los nacimientos de blancos no hispanos representan el 49,6 por ciento de la población (ya minoría en términos de nacimientos). Y como además la edad promedio de los blancos no hispanos es de 42 años, mientras que la de los hispanos es de 27 años (en plena edad de fertilidad) la cuenta regresiva para los blancos no hispanos a convertirse en minoría ya comenzó ¡horror! gritan algunos.

¿Qué significa todo esto? En primer lugar me parece que lamentablemente muchas veces cuando no hay noticias de verdad, se va y se rebusca en las estadísticas, a ver si hay algo para decir ahí. Esto de que los nacimientos de minorías son más que de los blancos no hispanos no dice mucho en verdad, ya que las minorías son: afro-americanos, asiáticos, pueblos originarios nativos e hispanos ¿Y qué tenemos en común estos grupos tan diversos de personas y colores aparte del hecho que nos clasifican a todos en la misma bolsa de “minoría”? ¿Culturas, valores y tradiciones similares?

Ciertamente no compartimos más que la clasificación de minoría, y si nos ponemos a hilar un poco más fino, veremos que ni siquiera estos grupos entre sí son tan homogéneos como el censo, las estadísticas y las malas noticias, nos quieren describir. Resulta interesante observar también que a los hispanos se nos incluya en el grupo de las personas catalogadas según sus diversas pigmentaciones de la piel, ya que hispano antes que nada es una cultura, o mejor dicho, un sinnúmero de culturas que comparten un idioma (aunque a veces ni siquiera nos entendemos entre nosotros con tantos regionalismos, espánglish, y más), y no un color de piel. Hay hispanos afrodescendientes, de origen asiático, europeo, indígena, más todas estas mezcladas entre sí. Lo dicho, pues, a veces se intenta encontrar una noticia donde no la hay.

La realidad es que hace cincuenta años a los italianos no se los consideraba blancos en este país; y antes los judíos y los irlandeses corrían la misma suerte. Y otra realidad que algunos se olvidan es que raza hay una sola y se llama humana. En la demografía de este país, como en la vida misma, nada es estático, sino que estamos en permanente crecimiento y transformación. Así que el fin del mundo estadounidense como lo conocen algunos no está ni cerca ni lejos, sino que la evolución es constante, ¡basta de racismo y temores mal fundados!

Ahora hay algo de cierto en el conteo de las personas a las que el censo llama latinas o hispanas (del color que sea) y es que sumamos más de 50 millones en este país, la mayoría nacidos aquí con por lo menos un padre hispanohablante. Las estadísticas también dicen que en este grupo, sólo el 14 por ciento de aquellos hispanos mayores de 25 años tienen un título universitario (bajísimo si lo comparamos con el 31 por ciento de la población en general) mientras que los índices de pobreza (como consecuencia, probablemente de la baja cualificación) son bien altos, incluso con más trabajando que desempleados, los ingresos son paupérrimos. En Nueva York, por ejemplo, el promedio de ingresos anuales para un hispano en 2010 era de $22.500, mientras que para un blanco no hispano era de $37.000 y de $30.000 para un afro descendiente.

Lo que estas cifras sí dicen, a mi entender, es que la educación es la base para el cambio y el progreso, sin importar el color o el origen. Entonces sí, cada uno de nosotros podrá acceder a su propio sueño americano. Y por supuesto, ¡qué viva la diferencia! 

 

 



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